TAIZÉ

Hermano Alois

2016 El coraje de la misericordia

 

A lo largo del año 2015, en Taizé, hemos buscado cómo comprometernos en las nuevas solidaridades, tan urgentes hoy. Sobre toda la tierra, nuevas formas de malestar – migratorio, ecológico y social – son un desafío tanto para los creyentes de las distintas religiones como para los no-creyentes.

La violencia armada causa terribles estragos en nombre de ideologías inhumanas. Sin perder la lucidez, pero resistiendo al miedo generado por la inseguridad, nuestra « peregrinación de confianza » va a continuar. Es aún más urgente que los que ansían –o están ya viviendo– una globalización de la solidaridad se apoyen mutuamente.

Cuando se desencadena una tormenta, la casa construida sobre roca permanece estable (Mateo 7,24-25). Queremos construir nuestras vidas sobre las palabras de Cristo –nuestra roca estará hecha de algunas realidades de Evangelio fundamentales, accesibles a todos: alegría – sencillez – misericordia. El hermano Roger las puso en el corazón de la vida de nuestra comunidad de Taizé; ellas nos permiten avanzar, incluso en los momentos difíciles. Él las interiorizó hasta el punto de retornar a ellas, día tras día.
A lo largo de los tres próximos años, estas tres palabras acompañarán nuestro camino. En 2016, comenzaremos por la misericordia, en el mismo espíritu del año de la misericordia lanzado por el Papa Francisco.

El Evangelio nos llama a dar testimonio del Dios de la compasión. Presentamos cinco propuestas para despertar en nosotros el coraje de la misericordia.

hno. Alois


Primera Propuesta:

Confiarnos al Dios que es misericordia

Tú eres un Dios que perdona, un Dios de gracia y compasión, paciente y de una inmensa bondad. (Nehemías 9,17)
Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. (Lucas 6,36)

Según la Biblia, Dios es misericordia, es decir, compasión y bondad. Con la parábola del padre y los dos hijos (Lucas 15), Jesús nos muestra que el amor de Dios no depende del bien que podamos hacer, sino que es dado incondicionalmente. El padre ama al hijo que permanece fiel toda su vida. Y tiende su mano hacia el hijo que lo ha abandonado, cuando aún está lejos.
Dios creó a la humanidad a su imagen. Así « llegas a ser a semejanza de Dios al adquirir la bondad. Ten un corazón de misericordia y bondad a fin de revestirte de Cristo » (Basilio de Cesarea, siglo IV).
El amor de Dios no es sólo por un instante, sino para siempre. Mediante nuestra compasión, podemos ser un reflejo de este amor. Como cristianos, compartimos con muchos creyentes de otras religiones la preocupación por poner la misericordia y la bondad en el centro de nuestra vida.

- Acojamos el amor de Dios. Dios nunca nos cierra su corazón y su bondad fiel es nuestra constante salvaguarda, incluso cuando nuestras faltas nos hacen tropezar. Si nos alejamos de Él, no tengamos miedo de regresar a Él y de darle nuestra confianza; Dios siempre viene a nuestro encuentro.
- No consideremos la oración como una laboriosa búsqueda, más bien recibámosla como un tiempo para pararnos y respirar, en el que el Espíritu nos llena del amor de Dios y nos capacita para continuar una vida de misericordia


Segunda propuesta:

Perdonar una y otra vez

Revestíos de sentimientos de tierna compasión, de bondad, de humildad, de dulzura, de paciencia; apoyaos los unos a los otros y perdonaos mutuamente, si alguno tiene contra otro un motivo de queja; el Señor os ha perdonado, haced también vosotros lo mismo. (Colosenses 3,12-13)
Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: « Señor, ¿cuántas veces debo perdonar a mi hermano, si peca contra mí? ¿Hasta siete veces? » Jesús respondió : « Te digo, no siete veces, sino setenta veces siete. » (Mateo 18,21-22)

El perdón de Dios no falla nunca. A lo largo de su vida e incluso sobre la cruz, Cristo ha perdonado; rechazó condenar a nadie.
Saber que hemos sido perdonados y perdonar también nosotros: he ahí una de las alegrías más liberadoras. Ahí está la fuente de la paz interior que Cristo nos quiere comunicar.
La Iglesia, la reunión de los que aman a Cristo, está llamada a dejarse transformar por la misericordia. « Cuando la Iglesia escucha, cura, reconcilia, se convierte en lo que ella es en lo más luminoso de sí misma, una comunión de amor, de compasión, de consuelo, limpio reflejo de Cristo resucitado. Jamás distante, jamás a la defensiva, liberada de las severidades, puede irradiar la humilde confianza de la fe hasta el interior de nuestros corazones. » (Hermano Roger)
El mensaje del perdón de Dios no puede utilizarse para justificar el mal o las injusticias. Por el contrario, nos hace más libres para discernir nuestras faltas, así como las faltas e injusticias a nuestro alrededor y en el mundo. Depende de nosotros reparar lo que puede ser reparado.

- Intentemos perdonar… hasta setenta veces siete. Si la herida es demasiado grande, aceptemos caminar por etapas. Antes de despertarse, el deseo de perdonar permanece a veces oscurecido durante mucho tiempo por el mal sufrido.
- Mostremos que la Iglesia es una comunidad de misericordia permaneciendo, sin discriminación, abiertos a los que nos rodean, ejercitando la hospitalidad, absteniéndonos de juicios definitivos sobre los demás, defendiendo a los oprimidos, forjando un corazón grande y generoso…


Tercera propuesta:

Acerquémonos, solos o con algunos otros, a una situación de sufrimiento

Si ofreces tu pan al hambriento y sacias al que vive en la penuria, tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía. (Isaías 58,10)
Si alguien vive en la abundancia, y viendo a su hermano en la necesidad, le cierra su corazón, ¿cómo permanecerá en él el amor de Dios? (1 Juan 3,17)

El icono de la misericordia muestra a Cristo que nos mira con amor y nos cuenta la historia del Buen Samaritano (Lucas 10): un hombre es abandonado medio muerto al borde del camino, un sacerdote y un levita pasan y prosiguen su camino, por el contrario un extranjero, del país de Samaria, se acerca al herido, lo cuida y lo lleva a una posada.
La misericordia abre nuestro corazón a la miseria de otros, a los malestares escondidos, a la pobreza material así como a cualquier otro sufrimiento: el de un niño apenado, una familia en dificultades, una persona sin hogar, un joven que no encuentra sentido a su vida, un anciano que sufre de soledad, un exiliado… y también de los que no tienen acceso a la educación, al arte, a la cultura.
En el pobre, Cristo mismo espera nuestra compasión y nos dice : « Tuve hambre, y me disteis de comer » (Mateo 25). « Por compasión, Cristo toma sobre sí los sufrimientos de cada ser humano. En su bondad, sufre misteriosamente, hasta el fin del mundo, el sufrimiento que hay en cada persona, » (Máximo el Confesor, siglo VII).
Cuando nosotros mismos hemos sido heridos por una prueba, Cristo cuida de nosotros. Su mirada de ternura puede revelarse en alguien que se acerca a nosotros, quizás una persona despreciada, como el extranjero de la parábola.

- Atrevámonos a acercarnos, solos o junto con otros, a una situación de sufrimiento en nuestro entorno, al borde de nuestro camino. La misericordia no es sensiblera, sino exigente, de una exigencia sin límites. Una ley pone límites claros al deber, mientras que la misericordia nunca dice : « Es suficiente, ya he cumplido con mi deber. »


Cuarta propuesta:

Ensanchar la misericordia a sus dimensiones sociales

Soy el Señor, que actúa con bondad, derecho y justicia sobre la tierra. (Jeremías 9,23)
Esto exige de ti el Señor: que practiques la justicia, ames la misericordia y camines humildemente con tu Dios. (Miqueas 6,8)

En el corazón de Dios, todos los humanos constituyen una sola familia, así la misericordia se ensancha a dimensiones siempre más vastas.
Con el fin de que una fraternidad universal se concrete, es indispensable reforzar las instituciones internacionales que fijen democráticamente las reglas para asegurar una mayor justicia y para mantener la paz.
La deuda de los países pobres es a menudo la consecuencia de una explotación de sus recursos por naciones y empresas más poderosas. Aunque parezca que provocar un cambio no está a nuestro alcance, recordemos que perdonar esta deuda es restaurar la justicia. En un contexto diferente al de nuestra época, la Biblia hacía ya esta llamada: « Si uno de tus compatriotas cae en la miseria y no puede afrontar sus compromisos contigo, tú lo sostendrás para que pueda continuar viviendo a tu lado. Actuaréis de este modo también con un extranjero o huésped, que resida en vuestro país.” (Levítico 25,35).
En el mundo entero, mujeres, hombres y niños son obligados a abandonar su tierra. Su sufrimiento crea en ellos una motivación más fuerte que todas las barreras. Los países ricos deben ser conscientes de que tienen su parte de responsabilidad en las heridas de la historia que han provocado inmensas migraciones, especialmente desde África y el Oriente Medio.

- Tomemos conciencia de que, si bien el flujo de refugiados y de emigrantes crea dificultades, puede ser también una oportunidad. Quienes llaman a la puerta de países más ricos que el suyo impulsan a éstos . ¿Acaso no les ayudan a tomar un nuevo impulso? Al asumir juntos las responsabilidades a las que llama la ola migratoria, los países de la comunidad europea pueden recobrar un dinamismo que estaba embotado.
- Vayamos más allá del miedo al extranjero, a las diferencias culturales. Ese miedo es comprensible, los que ayudan con generosidad en la acogida de los emigrantes están a veces al límite de sus fuerzas. Sin embargo, no es aislándonos detrás de los muros cómo el miedo va a disminuir, sino yendo al encuentro de los que no conocemos aún. En lugar de ver en el extranjero una amenaza para nuestro nivel de vida o nuestra cultura, acojámonos mutuamente como miembros de la misma familia humana.


Quinta propuesta:

Misericordia para toda la creación

Durante seis días harás tus trabajos, pero el séptimo descansarás, a fin de que reposen también tu buey y tu asno. (Éxodo 23,12)
Durante seis años sembrarás tus tierras y recogerás sus frutos; pero al séptimo año, darás descanso al suelo y lo dejarás sin cultivar. (Éxodo 23,10-11)

En el lenguaje de su tiempo, la Biblia nos llama a extender nuestra compasión al medio ambiente, a respetar a todos los seres vivos, a no explotar el suelo sin discernimiento. Un cristiano de Mesopotamia escribió : « Un corazón compasivo no puede soportar ver el menor mal o la menor tristeza en medio de la creación » (Isaac el Sirio, siglo VII).
Las primeras víctimas de los desastres ecológicos son a menudo los más pobres. Los efectos del cambio climático están ya forzando a muchas personas a abandonar los lugares en los que viven.
La tierra pertenece a Dios, los humanos la reciben como don. Se nos ha confiado una enorme responsabilidad: cuidar del planeta, no malgastar sus recursos. La tierra es limitada, y también los humanos debemos aceptar nuestros límites.
La tierra es nuestra casa común y hoy está sufriendo. No puede haber lugar para la indiferencia frente a las catástrofes medioambientales, la desaparición de especies enteras, los peligros que amenazan la biodiversidad, o la deforestación masiva en ciertas partes del globo.

- ¿Cómo podemos expresar nuestra solidaridad con toda la creación? Tomemos decisiones que afecten a nuestra existencia cotidiana, consideremos seriamente nuestras prácticas como consumidores o ciudadanos, hagamos una opción consciente por la sobriedad. La simplificación de nuestro modo de vida puede ser una fuente de alegría. Hay personas que toman iniciativas como un ayuno por el clima y por la justicia el primer día de cada mes. Manifestar con tales resoluciones la misericordia de Dios por todo lo que forma parte de nuestra casa común, la Tierra, no es algo opcional; es una condición para vivir en ella felizmente.


Última actualización: 20 de diciembre de 2015

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