Jesús dice: No sois vosotros quienes me habéis elegido, fui yo quien os elegí.

Ayudaos mutuamente a sobrellevar las cargas; así es como cumpliréis la ley de Cristo.

Jesús dice a la mujer samaritana: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide agua, serías tú la que le pedirías de beber y él te daría agua viva.

Jesús dice: Mis palabras no son mías, sino del que me ha enviado; el que esté dispuesto a hacer lo que Dios quiere reconocerá que mis palabras vienen de Dios.

Jesús resucitado se apareció a los discípulos y les dijo: Id, pues, y haced discípulos entre los habitantes de todas las naciones. Y sabed que estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.

José perdonó a sus hermanos diciendo: «No tengáis miedo. Vosotros intentasteis hacerme mal, pero Dios ha transformado este mal en bien, conservando así la vida a una multitud.»

Contentos de haber sido considerados dignos de sufrir desprecios por el nombre de Jesús, los apóstoles no cesaban, cada día, en el templo o en las casas, de enseñar y anunciar la Buena Noticia de Cristo Jesús.

Jesús rezaba así por sus discípulos: Ya no estaré más en el mundo Padre Santo, pero a ellos los dejo en el mundo; protege tú mismo a los que me has confiado para que sean uno como lo somos nosotros.