Textos bíblicos comentados
junio
Juan el bautista proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. 8Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo». 9Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. 10Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. 11Se oyó una voz desde los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco».
El bautismo de Jesús prefigura lo que encontraremos en el resto del relato evangélico: la manifestación de Jesús como Hijo amado de Dios, animado en todo por el Espíritu Santo. Lejos del Templo, de los eruditos de las Escrituras y de los dirigentes del pueblo, Jesús se acerca entre la multitud de penitentes. Tiende la mano a los que no tienen otro recurso que la misericordia de Dios. Sin privilegios, se hace uno con ellos y se bautiza como ellos. Esto anticipa su compromiso total.
Cuando Jesús sale del agua, tres signos convergen para revelar el significado del acontecimiento: en primer lugar, anticipando el velo del Templo que se rasgará a la muerte de Jesús, se abren los cielos. En Jesús queda abolida toda distancia entre Dios y el hombre. En segundo lugar, sin forzar ni afectar a su persona, el Espíritu desciende sobre Jesús para guiarle en toda situación. Libre de todo proyecto personal, Jesús abraza plenamente la voluntad de Dios. Por último, Jesús recibe el conocimiento de que es el Hijo amado, la alegría del Padre. Esta intimidad con el Padre es la fuente de la que Jesús saca el impulso para llevar a cabo su ministerio. No tiene otro plan ni otro proyecto que acoger toda la esperanza de Dios y dedicarse a ella de todo corazón. Él será el «sí» definitivo a la espera de Dios, encarnado en una existencia humana. Esta comunión entre el Padre y el Hijo es ya la realización del Reino de Dios que viene al mundo.
Reconocer a Jesús como Hijo único amado por Dios es descubrir a un Dios que es Padre, un Dios que no se basta ni se satisface a sí mismo, sino que espera su alegría de otro. Porque basa su relación en el amor, Dios pone un límite a su propia omnipotencia y omnisciencia: Dios no puede responder por mí y no sabe de antemano cómo responderé. Pero Dios nunca dejará de creer en mí. Dios da por amor, es decir, sin imponer nada, pero con la esperanza de que se reconozca la intención que le mueve y de que ello suscite una respuesta inspirada por un coraje semejante: un compromiso total y gratuito de toda mi vida.
¿Qué significa para mí recordar que Jesús era a la vez plenamente humano y plenamente Dios?
¿Cómo puedo acoger la voluntad de Dios sin que mis propios planes se conviertan en un obstáculo?
Si Dios me deja libre, ¿cómo puedo utilizar mejor esta libertad??